Un día te vas a dormir pensando: ya sé que quiero ser de grande. Y al día siguiente vas y pones en tu examen vocacional: informática, medicina, administración, biología, fotografía, gastronomía, turismo, actuaría, etc., etc., etc.
Estudias, y tras semejante esfuerzo un día te gradúas y sales al campo a estrenarte como todo un profesionista. Unos días buenos, unos no tan buenos pero ahí vas con todo el río de personas que ya saben qué hacer con sus vidas.
Un día, en una plática, una fiesta, en una ocasión alguien te dice: tu serias buen “@&€¶” (es decir, otra profesión que no es a la que le dedicaste tus años mozos de estudiante). Volteas la mirada, izquierda, derecha y te ríes. Algunas personas viven con ello, lo escuchan y siguen su camino sin más impacto que echarse una carcajada y decir: ¿sí verdad?
¿Pero otros? Otros recibimos algo parecido a un pellizco en esa molesta zona entre el hombro y el codo. ¿No pasa inadvertido verdad? Y entonces sucede algo que mi terapeuta define como: “sale la loca de la casa”; desordena todos tus pensamientos. Causa curiosidades y mil dudas. Y a partir de ese día ya no hay paz en la cabeza hasta que te decides a inscribirte a un curso de algo. De cocina, de foto, un diplomado on line, clases de piano, canto, actuación, macramé, no sé qué tantas cosas.
Y es tanta la emoción de estar haciendo esa otra cosa para la que eres bueno que un día te llegas a preguntar: ¿si dejo todo y me vuelvo chef? Y pintas sueños perfectos, proyectos increíbles que te llenan el ojo, y lo mejor, te llenan el corazón.
Algunas veces te es posible lanzarte a la aventura. Otras veces te das cuenta que ya no es tan fácil hacerlo. Que ya no es tu momento. Y aunque muchas personas dicen que el límite lo pones tú, también es cierto que cada persona lleva las cosas hasta dónde es capaz y hasta donde esa locura no afecte a las demás cosas que también son importantes para uno. Porque si señoras y señores, no estamos solos y somos seres con anclajes en nuestras vidas.
Quien no ha tenido (o no se ha permitido) vivir estas maravillosas crisis, se ha perdido de la emoción de sentirse alguien más. ¡Y vaya que es divertido y gratificante! Sobre todo cuando encuentras reconocimiento en ello.
Sí eres una de esas millones de personas que ha pasado por estas fabulosas crisis de identidad ocupacional no sufras. Tu “yo encubierto” es esa gran posibilidad de no ser siempre el mismo; te da la oportunidad de explotar ese millón de neuronas que no se activan cuando haces lo que siempre haces. Te da la satisfacción de pensar que no eres de los que sólo hace limonada con los limones; sino que también haces pasteles y porque no, velas con las cascaritas.
¿Quién eres cuando sale tu yo encubierto?